Despotricando contra las IA (y los codiciosos que las usan mal)
- Ximena Velasco
- 4 oct 2024
- 5 Min. de lectura
Hace un par de semanas me enfurecí. Tanto que me olvidé del tema que iba a tratar originalmente en este post. Tener un blog ahora implica que no se me quedan dentro las rabias masticadas por horas en monólogos internos; ya puedo compartirlas con quien quiera leerlas.
Estaba en Instagram cuando, inevitablemente, llegué al carrusel donde siempre nos recuerdan que Threads existe. Por lo general paso de largo. Pero en esta ocasión el post atrajo de inmediato mi atención: eran dos screenshots de una entrevista que La Vanguardia hizo a Brian Murray, el presidente de HarperCollins.
Para los que tengan duda, esta empresa es una de las cinco gigantes del mundo editorial en inglés, junto con Penguin Random House. Y sí, se imaginan bien lo que eso representa: libros publicados a montones, influencia en el mercado mundial, contratos jugosos y reconocimiento; sin más, a lo que la gran mayoría de los escritores aspira cuando dice: “Quiero ser publicado/a”.
Pues bueno, esa entrevista agitó bastante las opiniones de la comunidad lectora en redes sociales. Y cómo no iba a hacerlo. Al leer las screenshots (y después la nota completa) sentí como mi presión sanguínea se disparaba como la lava de un volcán.
Una de las declaraciones estrella viene luego de que a Murray le preguntaran si en HarperCollins usan IA para traducir libros del español al inglés (viendo que quieren extender su influencia en el mercado de habla hispana). Su respuesta:
“Sí, no para todos los libros, pero para algunos el mercado es demasiado pequeño para permitirnos un traductor. Incluso hay escasez de traductores. [...] Creo que en el futuro usaremos traductores, pero el primer borrador lo hará la IA. El tiempo y el coste se reducirán, y podremos ampliar enormemente el número de libros que se traducen. Para los mejores autores literarios siempre usaremos traductores de principio a fin.”
Y luego, en el mismo tema de la IA, le preguntaron si usan voces generadas artificialmente en los audiolibros (ojito, uno de los métodos de lectura que más se han popularizado desde la pandemia). A lo que este sujeto responde:
“La usamos ya, no en todos. Tenemos artistas de doblaje, pero en segmentos como los libros románticos usamos voces digitales. Hemos hecho mil libros románticos en España con IA.”
Para rematar, dice que no se nota la diferencia, que “han de decirte que no es voz humana para que lo sepas”.
Paréntesis: no se equivoquen conmigo, estoy muy consciente de la época en la que vivo. Sé que esos tiempos cuando nos doblábamos sobre la máquina de escribir quedaron en el pasado. Es bonito recordarlos, son muy románticos e idealistas, pero ya pasaron. Las expresiones artísticas de la actualidad no están divorciadas de los avances tecnológicos, en mi opinión ni deberían de estarlo.
Pero si yo puedo admitir esto, entonces tenemos que admitir que las declaraciones de Murray son una auténtica porquería. Porque él no está proponiendo la convivencia productiva entre arte y tecnología. Sus palabras, tan típicas del CEO promedio, a duras penas ocultan una verdad que todos conocemos: que en nuestra sociedad se menosprecian a las Humanidades, a las Artes y a los que nos dedicamos a ellas.
Hablando desde mi esquina, son incontables las anécdotas de escritores que buscan ser publicados por la vía tradicional, sólo para recibir un rechazo estéril. En muchas ocasiones es cierto que el texto no tiene lo necesario. Pero no nos hagamos mensos: las editoriales grandes se fijan en agentes externos, como las etiquetas promovidas por booktok o, peor, tu número de seguidores en redes sociales. Si no tienes lo que ellos buscan para sacar las mayores ganancias, entonces ni siquiera te dan la oportunidad. Ante todo el negocio.
Estoy segura que gente de otros rubros (llámense ilustradores, músicos, filósofos, etcétera) tienen sus propios problemas al sortear con el aspecto más mercantil de nuestras pasiones. Y ahora es peor con la llegada de las IA a este esquema tan rastrero.
¿Cuántas historias de terror no escuchamos sobre cómo estas se usan para robar descaradamente el trabajo ajeno? Ilustradores que suben sus obras al Internet sólo para que terminen, sin consentimiento ni compensación, en un algoritmo. Gente sin escrúpulos que se dedican a usar esta tecnología para escribir libros y luego venderlos bajo el nombre de autores con mediano reconocimiento (ya saben, es más fácil engañar así a la gente).
Y ahora resulta que también, desde los espacios donde las Artes y Humanidades pueden desarrollarse profesionalmente, se están reemplazando el talento y trabajo humano con IA.
Para empezar, no me consta eso de la escasez de traductores. No pretendan hacerme creer que en el mercado laboral no hay gente preparada para traducir del español al inglés y viceversa; se lo creería más a Murray si fuera del vietnamita. Tampoco es muy difícil hacer la conexión de que si ahora hacen falta, en un futuro cercano habrá muchos menos cuando las oportunidades de trabajo se cierren porque las IA son más baratas y rápidas. ¡Qué importa si el resultado es mediocre, plagado de errores y sin la visión humana que requiere un trabajo tan delicado como la traducción! ¡Lo que importa es que la editorial pueda sacar más libros que la competencia y presumir su alza de productividad al final del año!
Aparte, como un escupitajo extra en la cara, resulta que “traducción” IA está destinada para aquellos autores que no les dan jugosas ganancias: noveles, emergentes, de géneros poco rentables. Si uno no es una vaca sagrada de la literatura o escribe best-sellers, se debe conformar con un trabajo que podría hasta dañar el significado de su obra.
Lo mismo pasa con esas voces artificiales que “no se notan”. ¿A quién cree que engaña el Sr. Murray? Como si nuestro cerebro no fuera capaz de percibir la cadencia plana de una IA, sin las inflexiones llenas de espíritu que tiene la voz humana. ¿Por qué empañar una nueva manera de leer despojándola de humanidad, con tal de ahorrarse unos cuantos salarios? Y ya ni hablemos de la posición de los intérpretes. Me pregunto cuántos de los que tienen menos popularidad entre los lectores no serán reemplazados por un robot.
Tampoco se me pasa por alto que al romance le ha tocado esta pobre excusa de trabajo. Y mira que es grave si me pongo del lado del género que menos me gusta. Es una simple cuestión de principios, que ni escritores ni lectores tengan que aguantar a la IA metida a la fuerza en sus libros.
Para cerrar con broche de oro, es de risa como Murray pretende salvarla al final de la entrevista, diciendo que no cree que las personas quieran leer cosas escritas por máquinas. Lo que no parece entender es que en el momento que decidieron involucrar a la IA en procesos tan básicos como la traducción o la narración oral, esos textos se convirtieron precisamente en eso: algo hecho por una máquina.
Pero después de todo mi arranque de rabia, mi problema no es con las IA como tal. ¿Por qué debería? Son un producto natural de nuestro avance, y no tienen la maldad para hacer todo esto a voluntad. Incluso me encanta especular mil y un cuestiones sobre ellas. ¿Qué pasará si adquirieren conciencia? ¿Si empiezan a tener autonomía física? ¿Si desarrollan una sensibilidad particular? ¿Si crean filosofía y arte para explorar sus propias dudas existenciales? En un futuro, podrían propiciar toda una revolución que nos haga replantear nuestro papel como seres que creamos vida; artificial, pero vida al fin y al cabo.
Pero para este momento, las IA no son, ni siquiera, una herramienta. Son un producto comercial. Y, peor, sin regulaciones ni una dirección ética. Como tal, se están convirtiendo en el método perfecto para que los codiciosos del mundo, desde parásitos sociales sin talento hasta CEOs y presidentes de empresas millonarias, se aprovechen y quiten el trabajo ajeno sin tener que gastar sudor o dinero.
¿Qué hacemos entonces los artistas y humanistas cuando se nos desprecia incluso dentro de esos espacios que, se supone, deberían ser nuestros? Siendo honesta, no tengo una respuesta rápida. Por ahora, sólo nos queda seguir resistiendo.
Comments